viernes, 7 de septiembre de 2018

Dibujando sueños

Una buena pierna izquierda, una velocidad aceptable y una considerable capacidad goleadora son una carta de presentación lo suficientemente plausible como para tener en cuenta a un futbolista en el cuaderno de anotaciones. La mediatización de la promesa, tan dada siempre a la comparación exagerada, suele levantar hacia los altares a chicos que no han jugado contra hombres y a proyectos de hombres que no han jugado contra genios. La verdadera vara de medir, aquella que otorga la competición de alto nivel, es la criba que termina de separar el trigo de la paja, es la balanza que inclina a los elegidos y lanza hacia el pozo a los descartados.

Germán Pacheco llegó a España con quince años y muchos sueños. En el cadete del Atlético de Madrid formó una pareja imponente junto a Borja Bastón. Tanto les ensalzaron que no tardaron en llegar las comparaciones. Uno rápido es el nuevo Messi o el nuevo Fernando Torres, como si los genios, por ciencia infusa, nacieran cada año en cada rincón del planeta. Ambos, más acostumbrados a la glosa que a la crítica, terminaron quedándose por el camino. Borja, al menos, consiguió labrarse una carrera como jugador de Primera División, que no es poco, pero Germán inició un peregrinaje por el mundo que le condujo a media docena de países.

Todo comenzó en un derbi juvenil y se consolidó en un amistoso ante el Arsenal en el mismísimo Emirates Estadium. Ante el juvenil del Real Madrid hizo tres goles de diferente calado conduciendo a su equipo hacia el campeonato, ante el Arsenal fue a más y anotó un gol de bella factura mientras dejaba detalles de crack. Llegó el encumbramiento y llegaron las prisas. El chico quiso correr pero su carrera se quebró cuando llegó al Rayo Vallecano y comprobó que la segunda división es una categoría de tipos curtidos que no regalan caramelos. Pepe Mel no contó con él, el chico quería jugar y voló a Argentina, dos años y tres equipos después, regresó al Atlético, pero ni sus condiciones ni su cabeza eran la misma. Ya no estaba Borja, pero el filial tenía otros nombres y Pacheco no era uno de ellos. Hastiado de esperar se marchó a Rusia y desde Brasil aterrizó en Perú donde se hizo un nombre. Volvió a ser el niño de quince años que jugaba para asombrar, pero una liga menor nunca alcanza la repercusión de la élite. Tras un viaje de ida y vuelta regresó a Perú tras conocer la liga tailandesa y ahora apura sus últimas gotas de sudor en la liga boliviana. La vida de los hombres, a menudo, es la vida de los niños que soñaron en grande y se despertaron en el mundo real. El fútbol dibuja sueños pero solamente los futbolistas son capaces de llegar a cumplirlos.

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