martes, 11 de septiembre de 2018

Vuelo sin motor

A menudo necesitamos recurrir a la imagen para intentar explicar lo inconcebible, necesitamos abocar a la epopeya para aludir la leyenda, necesitamos, una vez más, la reafirmación para ser capaces de cerciorarnos de que lo que vimos es igual que lo que creíamos que habíamos visto.

El remate de cabeza es un arte que, en su concepción más estética, se dibuja como una soberbia definición. Un centro medido, una pelota en el corazón del área y un tipo que dibuja saltos imposibles atacando el cuero con la fiereza de un felino. Así era Carlos Santillana, goleador de élite en tiempos de campos de barro y cabeceador impenitente. El tipo que más alto saltaba, el único hombre capaz de golpear de frente con un martillo pilón.

Han pasado los años y han sido muchos los prestidigitadores que han intentado suspenderse en el aire cual helicóptero de precisión, pero pocos, muy pocos, han sido los capaces de emular aquella suspensión aérea, aquella precisión en el golpeo, aquella furia que vivía en las sienes del futbolista que vistió la camiseta del Real Madrid durante diecisiete temporadas.

Alma de guerrero, condición de tanque, piquete arrollador y portador de ese espíritu que convirtió al Madrid en el equipo más temido del mundo. Heredero de una forma de ganar y precedesor de muchos tipos que colmaron su legado. Pero, más allá del presente, queda el recuerdo de un delantero centro en tiempos de fútbol directo. Aquel fútbol donde un balón al área era una batalla aérea y contar con el tipo más fuerte aseguraba, cada vez, una pequeña victoria. Santillana volaba por encima de todos y, generalmente, cabeceaba a gol. Era el seguro aéreo del Madrid. Su bombardero particular.

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