jueves, 18 de octubre de 2018

Desde el silencio


El silencio es el lugar común donde se escriben los mejores guiones, donde se imaginan los mejores actos de amor y donde se interpretan las mejores melodías de seducción. Desde el silencio somos capaces de reflexionar, de inventar y de admirar. Hay tanto ruido en el exterior que, en ocasiones, somos capaces de sorprendernos a nosotros mismos cada vez que descubrimos una nueva partitura. El maestro de ceremonias nos ha puesto en pie y nos ha tocado el alma. Y nos llegamos a preguntar, pero ¿dónde estaba este tipo?

El genio siempre ha estado ahí, aunque no le hayamos visto. Aunque no le hayamos percibido. El tipo que todo lo hace bien pero no le importa ocupar el rol de secundario. El hombre silencioso que cuando tiene que dar un paso al frente lo hace sin traumas porque sabe que tiene el talento suficiente como para acaparar todas las miradas. Adiós al hombre gris. Hola al genio que enciende todas las luces y nos hace ver todo de diferente color.

Hoy poca gente se acuerda, pero a Andrés Iniesta le costó mucho afianzarse como titular en el Barcelona. Durante un lustro hubo de verse abocado a convertirse en complemento; un parche necesario ante la política de alineaciones consensuadas. Siempre por detrás de Xavi y Deco en el medio y acudiendo al rescate de las ausencias de Ronaldinho o Messi en la parte delantera, Iniesta se convertía en un chico de los recados que igual acudía al quite que lo hacía al regate. La gente solicitaba su presencia, pero siempre había un Edmilson, un Van Bommel o un Giuly que le cortaba el paso.

Cuentan que un día Guardiola acompañó a Xavi al campo de entrenamiento de los jugadores de categoría cadete. Desde la banda le señaló a un chico escuálido, de mirada huidiza y que arrastraba los pies mientras buscaba la pelota. “Tú me vas a retirar a mí”, le dijo. “Pero ese chico te retirará a ti”. El chico era Andrés Iniesta. Un niño que trataba de pasar desapercibido fuera del campo pero que dentro era un dechado de virtudes. Tantas que, pocas semanas después de aquello, el entrenador del primer equipo, Serra Ferrer, le llevó a entrenar junto a las grandes estrellas del equipo. Tenía quince años y apuntó algunos buenos detalles. Terminada la sesión, el propio Guardiola obligó a sus compañeros a saludar al chico. “Este es Andrés Iniesta. Deberíais darle la mano porque algún día estaréis orgullosos de haber podido entrenar con él”.

Ante semejante derroche de admiración no era de extrañar que fuese Guardiola el primer técnico en otorgar galones de verdad a Andrés Iniesta. El tipo que era indiscutible en la selección antes que de serlo en su club. El que había ganado el corazón de sus aficionados, pero no el de sus entrenadores. Para ello, su nuevo entrenador hubo de limpiar la plantilla de condicionantes y prescindió de Deco, de Edmilson, de Van Bommel, de Giuly y de Ronaldinho. Tenía claro que el futuro del equipo pasaba por la evolución de dos tipos que él consideraba como irrepetibles. Lío Messi y Andrés Iniesta. El primero aún tenía veintiún años, pero el segundo ya había cumplido los veinticuatro.

Desde aquel momento, Iniesta se convirtió en imprescindible. Asumió que Messi era la estrella en su equipo y que la selección tornaba alrededor de Xavi Hernández. Consagrado aquel y retirado este, se vio obligado a asumir el rol de protagonista y lo hizo con la mayor naturalidad del mundo. Han pasado ya diez años desde que nació aquel gran Barça de Guardiola, aunque a muchos les parezca un mundo, y aquel chico terminó convirtiéndose en el hombre a través del cual gravitaba el juego de una de las mejores selecciones del mundo. Y Andrés, que parecía seguir flotando en silencio sobre el césped, manejaba el tiempo y el espacio con la soltura de un Jedi. Adoctrinaba a sus jóvenes padawans y utilizaba la fuerza para hipnotizar a los contrarios. El hombre silencioso que jubiló a Xavi y del que muchos aún se sienten orgullosos por haber podido entrenar con él, se convirtió en el ídolo de toda una generación. Y lo hizo a su manera, sin estridencias y componiendo partituras de emoción. El silencio se hace grande cuando lo maneja Andrés Iniesta, y eso se observa en los ojos ensombrecidos de sus nuevos compañeros. Cuando él habla, los demás callan. Cuando ellos hablan él escucha. Y sigue jugando. Y sigue componiendo.

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