lunes, 8 de octubre de 2018

Impaciencia

La impaciencia es la dueña del desgobierno, es la cerradura donde encaja la llave de la desilusión, la esencia del pesimismo. La impaciencia es un viaje escarpado porque todo lo queremos con premura, porque todo lo deseamos sin condición.

No hace más de veinte días, el Sevilla era decimosegundo, a un punto del descenso y a ocho de la cabeza. Surgieron los agoreros y afloraron los pesimistas. Renacieron los viejos fantasmas y se creyó que el proyecto, por viciado, ya se había podrido. Nadie quiso ver connotaciones más allá de la derrota y hubo que esperar a que el equipo se asentara para que se descubriese que, más allá del horizonte, había un camino correcto.

Más complicada es la misión en los equipos poderosos. Acostumbrados a ser caballo de Atila y quemar la hierba a su paso, cada pinchazo es un rejonazo en el orgullo y, sobre todo, es una brecha en la frente. Porque la soberbia, generalmente, les convierte en ciegos y, cuando el sol les deslumbra, creen que siguen en Ítaca y son incapaces de asimilar que lo suyo es una odisea.

No tardarán en retroactivarse porque al final, como vasos comunicantes, viven en constante conexión. Se alimentan de los fracasos del rival y, poco a poco, Messi mediante en un caso y talento abrumador en el otro, irán activando mecanismos para acomodarse en la zona alta de la tabla, pero a todos debería servir el ejemplo del Sevilla porque cuando la herida se infecta, nada mejor que apretar los dientes y buscar remedio. Los lamentos, como las excusas, son sólo pólvora para el viento.

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