viernes, 26 de octubre de 2018

El Maradona de los Cárpatos

La anarquía es la condición esencial de cualquier espíritu libre. El motor de arranque desde el que depositar los sueños y, sobre todo, las pretensiones. El lugar común donde, si se cruzan el talento y la condición, implosionan los entusiasmos. Porque al tipo que juega para ser feliz no se le puede pedir nada más que una sonrisa.

Gica Hagi gobernó Rumanía con una pierna izquierda colosal. Tan impresionante fue su aparación que, comparaciones mediante, los más aplicados le bautizaron como "El Maradona de los Cárpatos". No tenía el genio precursor del Diego, ni la milimetricidad en su pierna izquierda, pero allí vivía un cañón y de su cañón vivió gran parte de su leyenda. Conducía la pelota con la cabeza alta, filtraba pases de cuarenta metros y ejecutaba goles desde larga distancia.

No supo gobernar en Madrid porque su condición no era la de un líder al uso. Necesitaba sentirse arropado, protegido, casi mimado. Por ello, tampoco supo encajar en el esquema pragmático que Cruyff quiso dibujar para él, porque él no quería asociarse a una posición, sino a un lugar llamado libertad. Por ello, más allá de su aventura en Brescia, donde realmente supo ser feliz fue en Turquía.

Porque allí no le dieron galones, le dieron la pelota. Y Hagi, con la pelota, era el hombre más feliz del mundo. Llegó siendo casi un señor mayor, pero, probablemente, el Ali Sami Yen jamás vio un futbolista igual. Su legado vive en la memoria de Sisli, el distrito turco donde impartió clases de magia y fabricó goles, aún hoy, inolvidables.

Porque al tipo anárquico hay que darle libertad. Al hombre libre hay que darle una pelota. Y al hombre feliz, sólo hay que dejarle dibujar una sonrisa.

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