miércoles, 17 de octubre de 2018

Seña de identidad

La sublimación del arte se desarrolla en momentos de improvisación y se plasma en instantes de puro ingenio. Existen tipos capacitados para la batalla, otros nacen predispuestos al trabajo y los hay tan abnegados que terminan siendo ídolos por el simple hecho de la insistencia. Pero para la genialidad no sirve cualquiera. Para el asombro, para la inspiración más pura existen una serie de tipos tocados con la varita mágica de la condición.

Dennis Bergkamp fue un tipo demasiado frío para sufrir y demasiado talentoso para desgastarse en carreras incoherentes. Como el galgo que acechaba, enjuto, el momento de acechar, ahorraba sus esfuerzos para sus momentos de área grande. Allí, donde el nerviosismo convertía en pólvora la ansiedad, él detenía el mundo e inventaba barbaridades.

Rebotado del físico fútbol italiano de los noventa, recaló en el incipiente Arsenal de Wenger para recuperar su fútbol y entusiasmar con su causa. De estilete fino en Amsterdam, llegaba rebotado de Milán convertido en un sospechoso habitual. Las acusaciones eran tan falaces como incoherentes; incompetente, incapaz, insostenible. Intentaron exprimir sus defectos mientras obviaban cuales eran sus virtudes. El talento, como concepto implícito de su condición, desbordaba cada uno de sus actos. Sublimó el fútbol y puso en pie a Londres mientras debaja boquiabierta a toda Inglaterra. Y alcanzó su momento más sutil el día que enfrentó a la defensa del Newcastle e inventó un regate que, por inmortal, terminó convirtiéndose en una seña de identidad.

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