martes, 23 de octubre de 2018

El maquinista de la general

El fracaso es el punto de partida idóneo para afrontar cualquier revancha, para dictarse una reivindicación, para ahuyentar un fantasma, porque desde el fracaso se aprende a perder, pero se aprende, sobre todo, a saber ganar. Porque nadie que no haya tragado barro, escupido arena o resbalado sobre césped sintético, sabe realmente el valor que tiene un gol en la élite.

Sólo los obstinados son capaces de derribar un muro cuando les han emparedado en la prisión de las ligas inferiores. Son muchos los ejemplos de grandes futbolistas que quedaron en el camino y que no tuvieron ese punto de encuentro que les permitió ingresar en el club de los elegidos. Otros sin embargo, no supieron aprovechar su oportunidad, y entre el pequeño grupo que tuvo la suerte de reingresar al lugar mágico, destacan aquellos que hicieron de la humildad virtud y del trabajo su modo de vida.

José Luis Morales es un ejemplo más de aquellos batalladores que hubieron de curtirse en campos de tierra. Como el niño que sigue jugando en su barrio, sigue eliminando rivales con la cabeza siempre pendiente del balón. No es el más veloz, ni el más técnico, ni el más goleador, y sin embargo juega a cien por hora, viste los espacios de ocasión y se ha convertido en el mejor estilete de su equipo. Porque sabe que el fútbol, como cualquier juego, no se puede dejar al azar y, por ello, nada mejor que conocer el detalle para enfrentar el momento.

En un estado de forma descomunal y en una edad en la que muchos comienzan a ver las orejas al lobo, Morales ha confirmado el ejemplo de la cultura del esfuerzo. No dejar nunca de creer y, sobre todo, aprovechar las oportunidades. Su tren llegó tarde, pero supo subirse en marcha y ahora se ha convertido en el maquinista de la general. El sábado silenció el Bernabéu, aquel campo en el que soñó jugar de niño y que le despidó con honores el día que terminó de convertirse en hombre.

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